viernes, 30 de abril de 2010

BERLIN, 1968

José María Pérez Gay, Berlín, 1968, Revista Pensamiento de los Confines, número 6, primer semestre de 1999

III
Cuando Herbert Marcuse llegó a Berlín Occidental, imitado por la Liga de Estudiantes Socialistas para dar cuatro conferencias, tenia casi setenta años y, después del asesinato de Benno Ohnesorg, la revuelta estudiantil estaba en la puerta. El viaje a Berlín Occidental no fue para él un viaje de recreo. Marcuse creyó descubrir, en los estudiantes alemanes que lo invitaban, el antídoto más eficaz contra el veneno lento de la enajenación capitalista, así como lo había descubierto en sus estudiantes de la Universidad de Berkeley: creyó descubrir nuevas esperanzas posibles, una existencia más amplia y digna, una mejor acogida para su obra; una posible rectificación total de las viejas equivocaciones políticas: la probabilidad de recomenzar una \ida más conforme con las ideas del socialismo y la libertad.
La tarde del Io de julio, Marcuse se presentó en el salón de conferencias de la Residencia Evangélica de Estudiantes. La rectoría de la universidad había prohibido su lectura en el aula magna. El salón estaba abarrotado de estudiantes de todas las corrientes políticas; el prestigio de Marcuse se imponía entre ellos. Esa tarde leyó su ensayo El fin de la utopia y lo sometió a la discusión con los universitarios.
Herbert Marcuse era un indiuduo alto, delgado, de pelo blanco, ojos pequeños y nariz aguileña, vestido con un saco blanco de lino y una camisa azul sin, corbata. El profesor de filosofía tenía, para sus sesenta y nueve años, una apariencia juvenil y contagiosa. Un hombre desprovisto de la solemnidad académica, de la pedantería y el autoritarismo de los profesores titulares, armado de ironías contundentes y carcajadas purificadoras.
Marcuse pidió disculpas por empezar con una tontería. Les dijo que todos podían hacer del mundo un infierno: pero también podían convertirlo en todo lo contrario. Les explicó que la teoría de Karl Marx estaba demasiado ligada a la idea de progreso continuo; y que tampoco su idea del socialismo representaba ya aquella negación concreta del capitalismo. Les dijo también que el concepto del fin de la utopía implicaba la necesidad de discutir, al menos, una nueva definición del socialismo: la pregunta de si la teoría marxista no pertenecía acaso a una etapa ya superada del desarrollo de las fuerzas de producción.
-Me siento muy contento al ver aquí tantas flores: por eso quisiera recordarles que las flores, por si mismas, no tienen más poder que el de los hombres y las mujeres que las protegen y las toman a su cuidado contra la agresión y la destrucción. Soy un filósofo sin esperanza para el cual la filosofía se ha vuelto inseparable de la política, pero temo dar hoy aquí una charla más bien filosófica y debo solicitar la indulgencia de ustedes -dijo Marcuse.
Marcuse se quitó el saco, se subió las mangas de la camisa y, con una claridad envidiable, volvió a explicar la diferencia que existe entre el reino de la libertad y el reino ce la necesidad.
-Según dice el propio Marx, en el reino de la necesidad puede suceder que el trabajo se racionalice, se reduzca todo lo posible, pero sin dejar de ser trabajo enajenado, permaneciendo en el reino de la necesidad sin ser. por consiguiente, libre. Creo que una de las nuevas posibilidades, característica de la diferencia cualitativa entre la sociedad libre y la no libre, consiste en encontrar el reino de la libertad en el reino de la necesidad, esto es. en el trabajo y no fuera de éste. Si desean ustedes una formulación provocativa de esta idea, diría que hemos de considerar, por lo menos, la idea de un camino al socialismo que vaya de la ciencia a la utopia y no. como creyó Engels, de la utopía a la ciencia -leyó Marcuse.
En la sala de conferencias de la Residencia Evangélica de Estudiantes. Herbert Marcuse. uno de los intelectuales marxistas perseguidos por los nazis durante la República de Weimar y exiliado en los Estados Unidos desde hacia más de treinta y cinco años, desplegaba su imaginación y sus sueños caían en el terreno mas fértil: la conciencia critica de sus estudiantes. El profesor judío que vivió, a principios de siglo, si fracaso de la revolución socialista alemana, el proyecto revolucionario de Rosa Luxemburgo y Karl Licbknecht, disertaba sobre una libertad que no estuviese fundada en la escasez y la necesidad compulsiva del trabajo enajenado. Repitió la hipótesis central de su último libro El hombre unidimensional: la productividad y el potencial de crecimiento del capitalismo han inmovilizado a la sociedad, y mantienen al progreso técnico como el principal factor de dominio. Pero esa tarde Marcuse hab'aba de nuevas necesidades humanas cualitativamente distintas, necesidades en un sentido biológico muy estricto. Estaba convencido de que la nueva antropología implicaba el nacimiento de una nueva moral como herencia y negación de la moral judeocristiana que había resido en gran parte la historia de la civilización occidental.
Aseguró que todos los individuos reproducían en sus propias necesidades la sociedad represiva, incluso a través de la revolución, y era exactamente esta continui¬dad de las necesidades represivas la que hasta el presente había impedido el salto de la cantidad a la cualidad de una sociedad libre. Estaba convencido-de que las necesidades humanas teman un carácter histórico, y afirmaba que más allá de la animalidad todas las necesidades humanas, incluso las sexuales, estaban históricamente determinadas.
Marcuse arcumentaba que cuando no existe la necesidad vital de abolir el trabajo enajenado; cuando, por el contrario, existe la necesidad de vivir y continuar con este trabajo, no impona que ya no sea sorialmen'.e necesario. Cuando no hay la necesidad del piacer y de la felicidad sino la necesidad de que hemos de ganarlo todo en una vida que. por lo' demás, es todo lo miserable que nos podíamos imaginar, entonces lo único que puede esperarse de las nuevas posibilidades técnicas es que se conviertan eñ nuevas posibilidades de represión.
Sostenía quí el marxismo había de correr el riesgo de definir la libertad de tal modo oue se hiciera consciente y se reconociera como algo que no existía ni ha existido aún en pane alguna. Insistía en que las llamadas posibilidades utópicas no eran utópicas en absoluto, sino una negación histórico-social determinada de lo existente. Y en que la toma de conciencia de esas posibilidades y la toma de conciencia de las fuerzas que las impedían y las negaban exigían de todos los estudiantes una oposición muy realista y muy pragmática. Llamaba a los universitarios a formar una oposición libre de toda ilusión, pero libre también de toda actitud derrotista, la cual, por su sola existencia, traiciona las posibilidades de la libenad en beneficio de lo existente.
-Lo que existe -dijo- no puede ser verdad.
Al anochecer un alud de preguntas cayó sobre Marcuse: los esrudianles le pregun¬taron por los matices teóricos más complejos. Las preguntas giraron sobre la lógica del Capital de Marx y la dialéctica de la sobreproducción y el ¡nfraconsumo en el capitalismo tardío, sobre el movimiento pop inglés como una conducta estético-erótica frente a la vida, sobre el filósofo marxista Karl Korsch y su libro de las Supresiones, sobre la resistencia estudiantil estadounidense contra la guerra de Vietnam y sobre la tolerancia represiva de las democracias occidentales. Alonso Ruiz Álzate, un compa¬ñero colombiano, guardó su pregunta para el final. El colombiano preguntó en un alemán claro, directo y sin afectaciones:
-Esa nueva antropología, profesor Marcuse, tiene ya representantes en el Tercer
Mundo, por ejemplo en Fanon, quien dice: "De lo que se trata es de establecer en la
tierra al hombre total", y en Guevara, quien dice: -Estamos construyendo al hombre del
sislo XXI". Me permito preguntarle: ¿cómo relaciona usted su idea de la nueva
antropología con estos dos testimonios?
-No me había atrevido a decirlo, pero, puesto que lo dice usted mismo, que parece saber algo al respecto, puedo ahora expresarlo: creo efectivamente que. aunque no lo he reconocido aqtii. esta nueva antropología se anuncia en algunas de las luchas de liberación del Tercer Mundo, c incluso en algunos de los métodos de desarrollo del mismo. Por mi pane, no hubici a mencionado a Fanón y 3 Giicv ara. sino más bien una bre\ e noticia que he leído en un informe acerca de Yictnam del Norte y que. toda \ e¿ que soy un romántico antiguo, incorregible y sentimental, me ha impresionado enormemente. Se trata de un informe muy detallado en el que se muestra, entre otras ¿osas, que en los parques de Hanoi los bancos se hicieron deflama-ño justo para que pudieran sentarse dos personas y sólo dos. de modo que cualquier perturbador carezca siquiera de la mera posibilidad de estorbar -respondió Herbert Marcuse.