lunes, 21 de abril de 2008

Bourdieu y la eficacia simbólica

BOURDIEU Y LA EFICACIA SIMBÓLICA DEL LENGUAJE:
UNA CRÍTICA A LA CONCEPCIÓN LINGÜÍSTICA



Oscar D. Amaya


La palabra y su circulación modelan la esfera
pública aún más que el espacio material

Michelle Perrot



Las teorías y las escuelas, como los microbios y los glóbulos, se
devoran entre sí y con su lucha aseguran la continuidad de la vida

Marcel Proust, Sodoma y Gomorra



- (...) ya ves ¡te has cubierto de gloria!
-No sé que es lo que quiere decir con eso de la “gloria” –observó Alicia.
Humpty-Dumpty sonrió despectivamente. –Pues claro que no, y no lo sabrás
hasta que te lo diga yo. Quiere decir que “ahí te he dado con un
argumento que te ha dejado bien aplastada”
-Pero “gloria” no significa “un argumento que te deja bien aplastado” –objetó Alicia.
-Cuando yo uso una palabra –insistió Humpty-Dumpty con un tono más bien
desdeñoso- quiere decir lo que yo quiero que diga, ni más ni menos.
-La cuestión –insistió Alicia- es si se puede hacer que las palabras
signifiquen tantas cosas diferentes.
-La cuestión –zanjó Humpty-Dumpty- es saber quién es el que manda... eso es todo.

Lewis Carroll, Alicia a través del espejo




El presente artículo se propone abordar las consideraciones que el sociólogo Pierre Bourdieu lleva a cabo a propósito del lenguaje concebido por este autor como un instrumento de acción y de poder. En el estudio del lenguaje que realiza en su obra “¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios linguísticos” analiza aquellos fenómenos que la linguística estructural no se fijó como objeto de estudio: la historia política de los hablantes de una lengua, la geografía del ámbito en que se la habla, las condiciones sociales de su producción, de reproducción y utilización. Es por ello que considera a las relaciones sociales de interacción simbólica, es decir, a las relaciones de comunicación, como relaciones de poder simbólico donde se actualizan las relaciones de fuerza entre los hablantes y sus respectivos grupos de pertenencia social.

Para analizar el emprendimiento de Bourdieu con mayor profundidad, se presentará en primer lugar una consideración acerca del singular perfil de este sociólogo; en segundo término se hará una referencia a los aspectos generales en torno a su vasta obra, para finalmente abordar el libro arriba mencionado, que compone la bibliografía de la unidad 3 del programa de Linguística y Semiótica.

Acerca de Pierre Bourdieu: una búsqueda de coherencia entre pensamiento crítico y acción política


Nacido en Denguin, en un hogar pobre de una aldea de los Pirineos al sur de Francia en 1930, Pierre Bourdieu falleció a la edad de 71 años en un hospital de París en 2002 víctima del cáncer, mientras seguía corrigiendo los trabajos de sus colaboradores. Estudiante de Letras, profesor en Argel, París, Lille y Princeton, ocupó el puesto de Profesor Titular de la cátedra de sociología en el Colegio de Francia desde 1981 hasta el momento de su muerte y fue director del Centro de Sociología Europea. Dirigió las revistas Actes de la recherche en sciences sociales, Liber (que priorizó la representatividad política y cultural de autores de muchas lenguas y tradiciones interesados en repensar los colapsos de sus naciones) y Raisons d´agir (razones para actuar), esta última fundada con el propósito de “destruir la frontera entre trabajo científico y militantismo, rehabilitando la polémica”. No hay democracia efectiva sin un contrapoder crítico, afirmaba, convencido de la necesidad de disolver la división entre la objetividad del investigador científico y la convicción subjetiva del militante político.

Fue constante su análisis sobre el mundo al que pertenecía, el campo intelectual: “los intelectuales suelen reservar sus conocimientos para escribir papers que leen veinte personas. Hay que liberar la energía crítica que está encerrada en las torres de marfil. Muchos de los temas investigados son producidos por las propias instituciones que financian las investigaciones. Y el poder no paga por estudiar el poder, sino para mejorar los efectos de dominación. En vez de estudiar problemas impuestos, habría que crear un campo de conocimiento autónomo”. Bourdieu sostenía que ser un intelectual crítico significaba ser capaz de someter los propios enunciados a pruebas de legitimidad, es decir, colocar el saber construido también como un objeto de conocimiento. Bajo el título “Los intelectuales y el poder” (1991) colocó a los pensadores en el mismo “cajón” que a la clase dominante, donde insistió en su idea de que los intelectuales que se resignaban a la ideología del neoliberalismo reforzaban la idea de que el conocimiento y el saber pertenecen exclusivamente a una elite. Su preocupación por lo que observó como una pérdida del mundo intelectual frente a los medios de comunicación de masas y ante las variadas formas que adquieres el poder económico internacional y sus distintas implementaciones políticas locales, lo llevó a proponer la creación de una “internacional intelectual” donde participaron activamente numerosas personalidades de la cultura.

Entre sus muchas preocupaciones se destacó la de analizar la desigualdad y la distinción de clases sociales. Ya desde su trabajo de campo sobre la urbanización en Argelia en 1958, Bourdieu se había comprometido a revelar los modos subyacentes de dominación de clases en las sociedades capitalistas, tal como aparecen en los más diversos ámbitos sociales (la educación y el arte, entre otros). Planteaba que “los efectos de dominación simbólica son muy difíciles de resistir. Son fenómenos cuasi religiosos que atraviesan el inconciente, la forma de presentar el cuerpo y la propia imagen que se tiene de sí mismo”. En la década del ´60 participó en el agitado clima intelectual de la época con una serie de trabajos que abarcaron los temas de la cultura, el arte, la política, la educación y el lenguaje, entre otros. Con su trabajo Los herederos, publicado en 1964 junto con Passeron, presentó un análisis sobre el medio estudiantil que formulaba una crítica fundamental a la enseñanza superior francesa, convirtiéndose por ello en una de las referencias de las revueltas de mayo de 1968.

Sus investigaciones finales, interrumpidas por su muerte, estuvieron abocadas al estudio de la estructura social de la economía, algo que produjo la radicalización de sus posiciones políticas, comprometiéndose cada vez más con las víctimas del neoliberalismo, al que entendía como un programa de destrucción metódica de los colectivos. En 1998 publicó en el periódico Le Monde el manifiesto “Por una izquierda a la izquierda de los izquierdistas”, en el que acusó al gobierno izquierdista de llevar a cabo una política derechista. “Los movimientos sociales deben presionar a Estados y gobiernos y garantizar el control de los mercados financieros y la distribución justa de la riqueza de las naciones”, advertía. El autor de “La miseria del mundo” (una recopilación de testimonios de obreros, profesores, periodistas, policías, trabajadores temporarios y jóvenes habitantes de los suburbios pobres) preocupado por las desigualdades crecientes, afirmaba con énfasis: “si sé que ocurrirá una catástrofe y no lo aviso, estoy cometiendo algo parecido al delito de no asistir a una persona en peligro. A veces temo que la gente se despierte cuando sea demasiado tarde”.

Reflexionando sobre su trayectoria, en sus últimos tramos de trabajo afirmó: “cuanto más envejezco, más me siento empujado hacia el crimen. Transgredo líneas que antes me había prohibido transgredir”, refiriéndose a sus compromisos intelectuales. El sociólogo francés estaba reconociendo que durante años había sido “víctima de ese moralismo de la neutralidad, del no implicarse, de la no-intervención del científico, como si se pudiese hablar del mundo social sin ejercer la política”. Bourdieu la ejerció en las aulas, en los libros y hablando ante los auditorios más diversos: huelguistas, personas sin domicilio fijo, cárceles, hospitales, campesinos. Sus ataques contra los sistemas sociales desestructuradores y la globalización no admitieron concesión alguna: “el fatalismo de las leyes económicas esconde en realidad una política. Pero se trata de una política paradójica porque apunta a despolitizar: es una política que, liberándolas de todo control, apunta a darles a las fuerzas económicas un poder fatal. Al mismo tiempo, esa política busca obtener la sumisión de los gobiernos y de los ciudadanos a las fuerzas económicas y sociales liberadas mediante ese método”. Pesimista pero al mismo tiempo comprometido, llevó tempranamente a cabo un modelo de pensamiento y acción destinado a “objetivar” el desarraigo y la soledad social a las cuales las leyes del mercado arrojarían a millones de individuos, como sigue sucediendo hasta hoy. “Para cambiar el mundo –afirmó en una conferencia en 1986- es necesario cambiar las maneras de hacer el mundo, es decir, la visión del mundo y las operaciones prácticas por la cuales los grupos son producidos y reproducidos”.

Entre su profusa obra –alrededor de 25 libros publicados- pueden consultarse sus obras disponibles en castellano, relacionadas a la unidad III del Programa de Estudios: La distinción (Taurus, 1988); El oficio del sociólogo (siglo XXI, 1987); Razones prácticas (Anagrama, 1991), La reproducción; Capital cultural, escuela y espacio social (siglo XXI, 1997); Los herederos. Los estudiantes y la cultura (siglo XXI, 2003); El sentido práctico (Taurus, 1991); Cosas dichas (Gedisa, 1988) de la que se sugiere especialmente su conferencia Lectura, lectores, letrados, literatura ; Las reglas del arte (Anagrama, 1995), Sociología y cultura (Grijalbo, 1990) de la que se sugiere especialmente su conferencia El mercado linguístico ;Creencia artística y bienes simbólicos (aurelia rivera,2003); Intelectuales, política y poder (EUDEBA, 1999); Sobre la televisión (Anagrama,1997) y ¿Qué significa hablar? (Akal, 1985) cuya selección de capítulos se incluyen en esta unidad.


Acerca de su obra

Frente a una obra tan vasta y heterogénea, resulta útil hacer referencia a la reseña que hiciera R. Sidicaro en ocasión de la publicación en castellano de Los herederos, un estudio de Bourdieu sobre el sistema escolar y las prácticas culturales que engendran violencia simbólica, a fin de legitimar las relaciones de dominación y desigualdad social existentes. En dicha reseña se dice: “en sus opciones teóricas y epistemológicas, la sociología de Bourdieu se fijó una meta prioritaria: explicar las estructuras de dominación y la distribución asimétrica de posiciones de poder existentes en los más variados campos de relaciones sociales. Sus recortes analíticos suponían una definición del mundo social que partía de una perspectiva (...) que observaba al funcionamiento de las relaciones sociales” no como transparentes sino como un dispositivo que “dota a las personas de ideas y percepciones que las convierte en receptores sumisos, por la vía de la naturalización espontánea de las estructuras de dominación”.

Pueden caracterizarse los principios teóricos de Bourdieu como pertenecientes a un “estructuralismo constructivista”, en donde estructuralismo debe entenderse no como fue significado por Saussure o Levi-Strauss sino en el sentido de sostener que en el mundo social existen estructuras objetivas independientemente del obrar de la conciencia y de la voluntad de los sujetos, que sí son capaces de coaccionar sus prácticas y sus representaciones. En tanto que por constructivismo, Bourdieu hace referencia a la existencia de una génesis social tanto de una parte de los esquemas de percepción, de pensamiento y de acción que son constitutivos de lo que él denomina hábitus, (ver más abajo) como de estructuras, en particular de lo que este autor denomina campos (ver más abajo) en relación a las clásicamente denominadas clases sociales.

Este planteo constituye un intento por superar las falsas oposiciones entre el objetivismo (fisicalismo) y el subjetivismo (psicologismo). Es decir, la posición extrema de tratar a los fenómenos sociales como “cosas” dejando de lado el hecho de que se tratan de objetos de conocimiento, o su antítesis, la de reducir el mundo social a las representaciones mentales que de él se formulan los sujetos. En palabras del autor, el oficio del sociólogo supera este dilema al considerar “por un lado, las estructuras subjetivas que construye el sociólogo en el momento objetivista, al apartar las representaciones subjetivas de los agentes, son el fundamento de las representaciones subjetivas y constituyen las coacciones estructurales que pesan sobre las interacciones, pero, por otro lado, esas representaciones también deben ser consideradas si se quieres dar cuenta especialmente de las luchas cotidianas, individuales o colectivas, que tienden a transformar o conservar esas estructuras. Esto significa que los dos momentos, objetivista y subjetivista, están en relación dialéctica”.

En una de sus tesis centrales afirma que la clase dominante no gobierna abiertamente; no obliga a los dominados a atenerse a su poder y voluntad. Por el contrario, en las sociedades capitalistas las clases privilegiadas no manipulan en forma consciente la realidad de acuerdo con sus propios intereses. Lo que sucede –según este sociólogo- es que la clase dominante es la beneficiaria del poder no sólo económico sino social y simbólico (cultural). Este poder se encarna en los bienes económico-culturales y modela las instituciones y costumbres de una sociedad. Sin embargo, para Bourdieu este estado de cosas no es estático: “lo que el mundo social ha hecho, el mundo social puede transformarlo, si cuenta con un saber también social sobre sí mismo”.

El espacio social, sostiene, tiende a funcionar como un espacio simbólico, un espacio de estilos de vida y de grupos de estatus, caracterizados por diferentes e incluso contrapuestos estilos de vida. En relación al poder simbólico, se aboca al estudio de los bienes culturales demostrando que no existen temas insignificantes o indignos a la hora de analizarlos. Descubrió en la práctica de la fotografía, la asistencia a los museos, la violencia simbólica en las escuelas, las prácticas deportivas y su consumo como espectáculo y en la moda, entre otros fenómenos, claves de la organización del poder que los estudios en ciencias sociales habían excluido o ignorado. En su reflexión estética encuentra bases para explicar la autonomía de los campos artísticos y literarios, como así su análisis de la formación del gusto, demostrando cuánto más se comprende el sentido cultural del escritor Marcel Proust o del antropólogo Levi-Strauss si se los analiza junto al impacto de los cantantes pop, los muebles de diseño, las preferencias gastronómicas, la dominación masculina, la alta costura y la cosmética femenina.

Para este autor, los fenómenos sociales no pueden ser analizados mediante un enfoque marxista tradicional que defina a la inserción del hombre en los fenómenos sociales sólo como un agente que participa de la estructura económica. Tampoco resulta apropiada, como se dijo más arriba, una visión estructuralista de lo social, ya que esta visión concibe lo social como sistema invariable no sujeto a la variación histórica. A partir de esta perspectiva teórica, desarrollará una teoría de las prácticas sociales, articulada en base a los conceptos habitus, campo y capital cultural.

De particular importancia es el concepto del habitus para la comprensión de los desarrollos planteados en la bibliografía de esta unidad de contenido. El habitus es una suerte de “gramática” de las acciones que sirve para diferenciar una clase de otra en el terreno social (la de los dominantes de la de los dominados). Por ejemplo, el habitus del campo intelectual tenderá a valorar positivamente la formación universitaria, la lectura de ciertos libros y diarios, el análisis racional de los hechos, la música clásica; mientras que el habitus de la clase obrera se construiría en relación a otros bienes y prácticas culturales: la educación no formal, escasa lectura y alta exposición a medios audiovisuales, alta valoración de la intuición, música de bailanta, etc. En síntesis, el habitus genera una serie de actitudes comunes a una clase, aunque no determina rígidamente las acciones de sus miembros. Constituye “algo que se ha adquirido, que se ha encarnado de manera durable en el cuerpo en forma de disposiciones permanentes”.

En la modernidad tardía, las relaciones entre artistas y público, entre escritores y editores, o entre pintores y marchands, por ejemplo, se producen en lo que Bourdieu denomina campo: un espacio articulado como campo de fuerzas que no reflejan directamente ni el poder económico ni el político. El autor afirma que la definición más adecuada es la propuesta por Einstein: un espacio donde agentes actúan y son limitados, lo cual los hace posibles y a la vez los constriñe. Las tomas de posición en este espacio están regidas por la búsqueda de consagración personal y legitimidad para las propias obras. Se trata de un espacio de puja, de competencia entre sujetos que buscar obtener el monopolio del reconocimiento y prestigio. Fuertemente productivo en su obra, el concepto de campo le permite elaborar una teoría de las fuerzas sociales y su manera de actuar, así como su génesis y consolidación.

En lo que respecta a la noción de capital cultural, Bourdieu sostiene que la dominación no sólo se ejerce en el terreno económico sino también a través del acceso/exclusión al consumo de los bienes simbólicos (culturales) disponibles en una sociedad en un momento dado. Como ejemplo de este concepto, puede pensarse en el Teatro Colón de Buenos Aires: sólo pueden acceder a sus producciones aquellas personas que paguen un abono anual cercano a los mil pesos, costo excluyente para las capas medias y bajas de la población. Incluso disponiendo del dinero, la venta de abonos se rige por un sistema que privilegia a quien ya tuvo abonos en el pasado, dificultando el ingreso de nuevos públicos. El capital simbólico constituye la dimensión simbólica de los capitales económico, social y cultural, posible de ser percibido en términos de prestigio.


Acerca de “¿Qué significa hablar?”


En este libro se caracteriza a la lengua como instrumento de acción y poder, explicitando la falacia de considerarla como constituida por palabras neutras u objetivas. El lenguaje no es “inocente” en la medida en que produce el reconocimiento de las autoridades legítimas al favorecer el desconocimiento de la arbitrariedad en que se sustentan. Según este autor, los dominados no podrán constituirse como grupo para movilizarse y movilizar las energías que potencialmente poseen, si no son capaces de poner en cuestión las categorías de percepción del orden social existente. El lenguaje es, en este sentido, expansión del orden que pretende la sumisión frente a las desigualdades sociales existentes.

Como la mirada de Bourdieu sobre la cultura se constituye como una teoría del poder simbólico, los símbolos son caracterizados como instrumentos de conocimiento y comunicación que hacen posible el consenso sobre el sentido del mundo, promoviendo la integración social. Por consiguiente, plantea que no hay relaciones de comunicación o conocimiento que no sean inseparablemente, relaciones de poder. “El poder simbólico es un poder de hacer cosas con palabras”, afirma. En el tópico específico del lenguaje, se propone analizarlo como un conjunto de modos de distribución y producción simbólica de lugares sociales. El lenguaje es pensado por este autor como una de las formas en que se constituye el saber, a través del vínculo entre lo material y lo simbólico, tanto en prácticas como en discursos. Es por ello que lo concibe como instrumento de acción y de poder más que un objeto del intelecto.

En tanto que a la comunicación, la caracteriza no como un espacio de libre intercambio, sino con condiciones de instauración por parte de los hablantes que detentan un determinado poder en situaciones específicas de intercambio simbólico, es decir, relaciones de fuerza simbólica. Los productores y los productos lingüísticos no son iguales, afirma, sino que están determinados por la existencia de privilegios de ciertos hablantes con respecto a otros: la posición que detenten en la estructura social. Las situaciones lingüísticas producen efectos de dominación, es decir, relaciones e interacciones entre los hablantes conformes a las leyes objetivas del mercado lingüístico.

La estructura del campo lingüístico debe pensarse como un conjunto de transacciones, que constituyen una expresión particular de la estructura de relación de fuerzas entre los grupos que poseen diferentes competencias, que en situación de pugna se tornan una forma de capital simbólico. En palabras de Bourdieu: “una lengua vale lo que valen los que la hablan”. Es por ello que se aparta de la lingüística estructural y la de corte chomskyano, ya que a su entender excluyen toda investigación que relacione la lengua con la etnología, la historia política de los hablantes e incluso la geografía del ámbito en que la lengua se habla, dimensiones consideradas centrales para Bourdieu. En efecto, son las condiciones sociales de producción, reproducción y de utilización de los enunciados de la lengua el objeto de estudio para él.

El lenguaje entonces, es abordado para su análisis como una praxis, que se realiza a través del habla, que despliega estrategias discursivas que se refieren al dominio de sus condiciones de utilización, que permiten producir discursos adecuados a situaciones sociales determinadas. Para este sociólogo, el signo sólo tiene existencia dentro de un modo de producción lingüístico concreto. Las transacciones lingüísticas particulares dependen de la estructura del campo lingüístico, expresión de cómo se estructuran las relaciones de fuerza entre los grupos que poseen diversos capitales de autoridad, que no pueden ser reducidos a las meras competencias lingüísticas.

“Una ciencia del discurso –afirma Bourdieu- debe establecer las leyes que determinan quién puede (de hecho y de derecho) hablar, a quién y cómo, es decir, determinar las condiciones de instauración de la comunicación”. También “debe determinar el contexto social en el cual la comunicación se instaura, y en particular, la estructura del grupo en el cual se lleva a cabo. Debe tener en cuenta no sólo las relaciones de fuerza simbólica que se establecen en el grupo, sino las leyes mismas de producción del grupo que hacen que algunas categorías estén ausentes. Estas condiciones ocultas son determinantes para comprender lo que puede decirse y lo que no puede decirse en un grupo”.

Este contexto social es denominado por Bourdieu mercado lingüístico, es decir, una “situación social determinada más o menos oficial y ritualizada” donde un hablante “produce un discurso dirigido a receptores capaces de evaluarlo, apreciarlo y darle un precio”. Así, este mercado posee “leyes de determinación de los precios que hacen que todos los productores de productos lingüísticos, de hablas, no sean iguales”. Las relaciones de fuerza que lo dominan (que trascienden la situación y son irreductibles a las relaciones de interacción) “provocan que ciertos productores y productos tengan un privilegio de entrada”.

Es por ello que este autor sostiene que una ciencia del lenguaje debe tener como objeto de estudio “el análisis de las condiciones de producción de un discurso no sólo gramatical, no sólo adaptado a la situación, sino también y sobre todo aceptable, recibible, creíble, eficaz o simplemente escuchado, en un estado dado de las relaciones de producción y circulación” de los discursos.

En la siguiente tabla, se presenta esta operatoria de sustitución de conceptos, que implica el pasaje de una concepción lingüística a otra sociológica:


concepción lingüística teoría del poder simbólico

lengua

lengua legítima

locutor

locutor legítimo

comunicación

relaciones de fuerza simbólica

Interacción simbólica

transacción de bienes simbólicos

sentido de los enunciados

valor y poder del discurso

competencia lingüística

capital simbólico

situación o contexto

mercado lingüístico

gramaticalidad

Aceptabilidad


Bourdieu considera que la concepción lingüística abstrae las condiciones de utilización del lenguaje autonomizando la capacidad de producción lingüística de los hablantes, como si éstos poseyeran autonomía. Una teoría del poder simbólico, en tanto, caracteriza como condición de enunciación la posición del hablante en la estructura social. Es decir, el acto de hablar se estructura en condiciones sociales de constitución, funcionamiento y utilización de los enunciados, posee una lógica específica y no puede reducirse a un mero acto de ejecución, tal como fue planteado en los modelos saussureano y chomskyano.

A manera de cierre de este artículo, puede decirse que la crítica bourdieana a la concepción lingüística de los discursos, emprende una sustitución de conceptos clásicos de las teorías comunicológicas, colocando desde su perspectiva de una sociología del lenguaje, aquellos que desde una pretensión de construir una ciencia de los discursos de corte “estructuralista-constructivista”, permita comprender al lenguaje no únicamente como un instrumento del intelecto, sino como una herramienta de acción y de poder, en donde los sujetos, en tanto agentes sociales, se encuentran situados históricamente y socialmente determinados. Es decir, una oposición a la versión lingüística standard que sostiene que la lengua está hecha para comunicar, ser comprendida y descifrada, concibiendo así al universo social únicamente como un sistema de intercambios simbólicos y a la acción social sólo como un acto de comunicación.

La ciencia social tiene que vérselas con realidades que han sido ya nombradas, clasificadas, realidades que tienen nombres propios y nombres comunes, títulos, signos, siglas. Así, so pena de asumir actos cuya lógica y necesidad ignora,

debe de tomar como objeto las operaciones sociales de nominación

y los ritos de institución a través de los cuales esas realidades se cumplen.

Pero más profundamente, es preciso examinar la parte que corresponde

a las palabras en la construcción de las cosas sociales, y la contribución que

la lucha de las clasificaciones, dimensión de toda lucha de clases, aporta

a la constitución de clases: clases de edad, clases sexuales o clases sociales,

pero también clanes, tribus, etnias o naciones.

Pierre Bourdieu